Carlos Pinedo Texidor
658 - Un año viviendo en Estonia.
Un año, se dice pronto. Doce meses bajo la luz de Tallin, y después de dos casas, dos trabajos, varios romances y una novia, puedo decir que Tallin ha superado mis expectativas.
Creo que aunque Tallin fuera una ciudad marchita y amarga, y Estonia un país decadente e ingrato, disfrutaría igual de mi vida aquí, porque Tallin me ha dado lo que Madrid me reniega, la independencia.
Tal vez por mi carácter, o por mi treintena adelantada, desde que cumplí la mayoría de edad he soñado con tener un rincón propio. Un refugio lejos (que no alejado) del hogar familiar, donde en mayor o menor medida vivir las pasiones disolutas y las amistades de una juventud que Madrid marchita.
Sé que Madrid es ciudad de mil vidas. Una metrópoli de la que soy viudo, y que de momento sigo llevando en el día a día. Sin embargo, la juventud es mucho más que trabajos intempestivos y escapadas de fin de semana. La juventud está para equivocarse, y aceptar riesgos de los que uno puede sentirse orgulloso. Y eso, con alquileres que duplican el salario medio, está destinado a unos pocos.
Le decía a mi padre en un paseo en mi barrio tallinés, que la decisión difícil habría sido quedarme en Madrid. Porque soy incapaz de entender que lo fácil no fuera independizarse y vivir una juventud de verdad. Donde la responsabilidad va más allá del tener tu cuarto limpio y dar dos besos antes de ir a dormir.
Puede que valore en exceso mi idilio con la independencia. Puede que de haberme quedado en Madrid este texto fuera una oda a la vida en el hogar familiar, pero creo que mis amigos entendieron muy bien que mi inquietud me pedía poder equivocarme, y en la comodidad del nido familiar, equivocarse es prácticamente imposible.
Un año en Tallin, doce meses de independencia, y con los veinticinco recién cumplidos sé que mi pronta emancipación ha sido la mejor decisión de mi corta vida.
Jueves 1 de junio de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #658
