En mis notas del móvil guardo una carpeta con mucho cariño. Separada de mis escritos habituales, podría decirse que escondida del ruido de mi memoria, guardo cartas escritas para no leer.
En el día en el que escribo este recuerdo, los textos ahí guardados rozan la veintena. Cada uno escrito en un momento vital diferente. Con temas dispares, desde algún suspirado acompasado como diría Robe, hasta profundas quejas que en mayor o menor medida siguen presentes.
Sin embargo, de todas esas cartas, hay una que me resisto a leer. Un largo suspiro escrito en la madrugada del uno de junio del veintidós. Una veintena de párrafos escritos horas antes de subirme al avión rumbo a Tallin. Y hoy, un año después la leo por primera vez.
Me sorprende gratamente la madurez de las ideas de mi carta. No recordaba haber hilado con tanto esmero ideas que aún a día de hoy sigo rumiando:“… envidio aquella época en la que uno podía dejar todo atrás y sin rastro dejar atrás su pasado para embarcarse en la aventura de su vida. Soy un hijo de internet, y por mucho que me apasione he de confesar que muchos días desearía un apagón tecnológico. “
Supongo que gran parte de las dudas de aquel Carlos se sustentaban en lo complicado que resulta empezar otra vida sin renunciar a la que se deja atrás. Internet no ayuda en ello, y seguir presente en grupos y redes de la burbuja social que uno deja confunde a la cabeza. Me gustaría, y ahora con perspectiva con algo más de razón, haber vivido este cambio de país sin un móvil de la mano. Me gustaría ser capaz de vivir una vida ajena al ruido madrileño, para así cuando vuelva (si es que vuelvo) poder sorprenderme con todos los cambios que me he perdido.
Intuyo que esta idea es algo extremista. Pero muchas veces siento que vivo entre dos ciudades. Cabeza y cuerpo se pelean por estar entre Madrid y Tallin, y yo, que he logrado desterrar a la morriña, no termino de encontrar la forma de vivir para luego volver.
Miércoles 31 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #657
