Cinco veces cinco, un cuarto de siglo, la realidad de saber que muy probablemente ya haya vivido un cuarto de mi vida. Y a tres mil kilómetros de Madrid no puedo evitar hacer un recorrido de estos últimos cinco años
Echo la vista atrás, pienso en mayo del dieciocho, en aquella caótica tarde que derivó en un cero con quince en un examen de Tributario. Me acuerdo de otra tarde de estudio de mayo del diecinueve, y del suspenso de Fiscal salvado en la revisión de examen. También me emociono al pensar en el mayo del veinte, donde suspendí con un cuatro con ochenta y cinco el último examen de la carrera. Y me acuerdo de la madre de ese profesor que no anuló una pregunta al considerar que debíamos saber que tal ley no era de marzo, sino de abril.
Esos últimos años, llenos de suspensos y estrés estudiantil, llegaron a su fin con la maravillosa escapada a Portugal en mayo del veintiuno. Y una vez más, después de un breve descanso, el estrés volvió en mayo del veintidós, y esas cuarenta y ocho horas previas a subirme a un avión sin billete de vuelta.
Esos últimos cinco años, muy marcados por felicitaciones y olvidadizos mensajes tardíos, son tal vez el primer volumen de mi vida adulta. Cinco años donde he publicado poesía y recuerdos, y un borrador de prosa que se resiste a ver la imprenta.
Supongo, o al menos eso me dice Mer, que mucho de lo que he hecho en estos cinco años, donde incluyo mi éxodo a Estonia, es digno de celebrar. Pero ya sea por mi tóxica autoexigencia o mi tozudez, soy incapaz de sentir orgullo por mucho de lo que he dejado escrito y hecho. Tal vez necesite más perspectiva, o puede que nunca vaya a estar conforme.
Desde hoy tengo veinticinco, y aún con cierta emoción por todo lo que vendrá, no puedo evitar pensar en que mis logros prematuros poco a poco dejarán de ser tales. Y que mi orgullo por mi jovencísimos logros ya son parte del pasado, y ahora me toca asumir que todo lo que venga va unido a la edad.
Martes 30 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #656
