En un mundo donde tener menos es lo que se espera y donde pagar suscripciones mensuales por poder usar un servicio es la norma, soñar con una colección de vinilos es un acto de rebeldía.
Tengo suerte, no sólo por haber heredado de mis padres una colección que en su día fue comprada con cariño, sino también por haber heredado de ellos esas ganas de desarrollar pasiones nobles. De mi madre, la escritura y la lectura, de mi padre, la música y el cine.
Pero además, no sólo tengo suerte por haber podido desarrollar esas pasiones nobles, sino por haberme rodeado en muchos momentos de mi vida, de personas que las comparten. Son muchos los nombres que podría citar, amigos y amigas con los que comparto muchas cosas. En especial y hablando de los vinilos que es de lo que trata el recuerdo de hoy, pienso en tres amigos con los que aún hablando relativamente poco, sé que cuando vuelvo a pisar Madrid me estarán esperando con un café y las anécdotas de su último año.
Sin entrar, en mucho más detalles sobre el porqué de esta cara y maravillosa afición, creo que merece la pena escribir sobre mi día de hoy para que el día de mañana lo relea y me acuerde con cariño de mi vida en Tallin.
Tengo la suerte de que mi novia, paciente isleña que me aguanta, también sufre la misma obsesión de la que aquí hablo. Es por ello, que esta mañana después de más cafés de los que debería, me ha acabado arrastrando a Rottermani, aquel barrio que me abrió las puertas de Tallin cuándo viene la Supercopa.
Las calles de Rottermani, decoradas con piedra y antiguas fábricas reconvertidas en bares tiene una plaza donde el sol no descanso. Un barrio hoy vestido con todo tipo de lujos. Interminables mesas llenas de vinilos, cientos de personas de todo tipo de lugares, que al igual que Mer y yo, querían seguir completando su colección.
Sábado 27 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #653