Se me han acumulado los recuerdos, no es ninguna mentira. Hace tiempo, más del que me atrevo a admitir, el día a día de este diario se ve conquistado por ideas inconexas que no llego a materializar. Parece ser que con el tiempo me he vuelto más perfeccionista. Por primera vez desde que escribo este blog soy incapaz de publicar un recuerdo que no me parezca medianamente decente. Y en cierto modo he renegado de la idea principal de estos volúmenes, la inmediatez.
Supongo que podría hacer la voltereta mental y argumentar que precisamente el no subir el recuerdo a diario es una muestra de mi aprecio por el día a día. Que en cierta medida quiero reposar lo que he vivido. Pero aún haciendo ese perverso razonamiento estaría siendo deshonesto. La realidad por la que no termino de redactar el recuerdo del día es porque llevo varios meses con cierto bloqueo creativo. Y donde antes habían olas de inspiración, ahora hay un mar que se niega a romper.
Creo que gran parte del problema radica en e cambio de estímulos de mi día a día. En Madrid, ciudad de luces y de terrazas, era prácticamente imposible vivir un día sin recibir inspiración externa. Mientras que aquí en Tallin uno requiere de cierta introspección. Y yo que me creía hábil en ello, ahora me doy cuenta que tampoco lo era tanto.
Cuando uno comienza a tener tiempo para sí mismo, tiempo de verdad, comienza a darse cuenta de que los razonamientos cada vez son más profundos. Y lo que antes era una idea de varios minutos ahora se ha transformado en una madriguera que requiere varios días de reflexión.
No voy a ser hipócrita, me mudé a Tallin con la idea de huir de la comodidad de los excesivos impulsos madrileños, y ahora, cuando vivo una vida sosegada y tranquila debo de una vez por todas aprovechar la calma que he encontrado. Y más en días como hoy donde al llegar a casa me he encontrado con Mer, dispuesta a hacerme compañía mientras buceo en los pensamientos de estos días.
Lunes 22 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #648
