Ayer fue un día jodido, con jota mayúscula. De esos partidos en los que uno mira de reojo al banquillo esperando un cambio que no llega. Uno de esos partidos que a duras penas te permiten arrastrarte a la cama, con lo que ello conlleva, una mala noche y una peor mañana. Pero más allá de la queja de miércoles que se entrelaza con la queja del jueves hoy ha sido mucho más que un día de dolor y cansancio. Hoy ha sido un día de mucho caos.
Me apasiona mi trabajo, la libertad a la hora de tomar decisiones, la responsabilidad que han depositado en mí y la confianza fraternal de los que me forman a diario. Mi jefe me dice a menudo que no tenga prisa por avanzar rápido, que soy muy joven y todo llegará, y que aunque para mí sea algo lento, el ritmo al que avanzo laboralmente es vertiginoso. Pues bien, ese ritmo vertiginoso no ha debido de estar presente hoy, porque las horas en la oficina han sido eternas.
Cuando he logrado escaparme del curro he ido a casa, a duras penas he sorteado los socavones de una calle que sigue en obras, llegando incluso a tener que saltar, algo que no ha sentado del todo bien a mi tobillo. Ya en casa, y de la mano de una compasiva Mer que me ha traído batidos y dulce, hemos visto, a duras penas eso sí, una de las películas de El Señor de los Anillos.
Supongo que eso de estar a flote, eso de sobrevivir a duras penas, es una actitud muy ceniza y española. Una actitud que muchas otras novias me habrían reprochado, por aquello de la excesiva vida social madrileña, y Mer, paciente isleña, ha sido capaz de entender que cuando un español te dice que está a flote, lo que realmente quiere decir es que le traigas algo de azúcar y le dejes en el sofá viendo una de sus películas favoritas.
Jueves 18 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #644
