He dedicado muchos recuerdos a hablar de la verdadera felicidad, esa que pasa por una verdadera conciliación laboral. Ese pequeño gran placer que te hace llegar a casa antes de las seis, esa paz mental que te permite disfrutar del día entre jornadas laborales, y por supuesto, la felicidad que supone saber que hay vida más allá de la oficina.
Días como hoy me ayudan a hacer balance de mi aventura estonia. El precio a pagar por perderme eventos familiares y la madurez de mis amigos se ve algo compensado por el desarrollo personal que logro en mi tiempo libre de Tallin. Y es que muy probablemente si hubiera seguido en Madrid no habría aprovechado para dar tanto al coco como lo he hecho aquí.
Mi vida en Madrid era muy cómoda, dentro de lo que se permite en un despacho de abogados Por las mañanas gimnasio, durante el día despacho, y por la noche fútbol o algún bar con amigos. Una rutina que ahora sería incapaz de cumplir, y es que cuando el cuerpo se acostumbra al descanso, volver a la rueda madrileña parece un reto complicado de afrontar.
Es cierto que el coste de oportunidad de mi vida en el extranjero es muy alto. He priorizado la curiosidad y la pasión por encima de la vida social y familiar. Una decisión egoísta que considero indispensable para llegar a donde quiero llegar. Un salto al vacío que cada día parece más sensato.
Hoy he terminado de currar, y aprovechando la primavera y el sol he logrado convencer a varios para ir directos a la playa. He ido corriendo a casa a por mi mesa de mezclas, y después de una parada exprés en el supermercado hemos acabado en Kopli, disfrutando de las últimas horas de luz de un lunes con sabor a viernes.
Lunes 15 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #641
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