Acabo de llegar a casa, tengo la rodilla con marcas de tacos, el tobillo sangrando y el pulgar de la mano derecha probablemente dislocado. Me pesa el cuerpo, me duelen los arañazos de la espalda y una rabia profunda me acompaña.
Hoy hemos perdido, y no se cualquier manera. Ha sido una derrota tan dolorosa que me acompañará toda la vida. De esos partidos donde los cojones se quedan cortos y el equipo arbitral tiene que salir corriendo. Hoy ha sido una batalla, y lamentablemente hemos perdido.
En la primera parte hemos dado un recital. Un cómodo dos a cero al descanso, el otro equipo no ha dado dos pases, y nosotros hemos hecho lo que hemos querido. Sin embargo hay días en los que los dioses del fútbol quieren divertirse. En la segunda parte los rebotes favorecían al contrario, el árbitro nos pitaba faltas inexistentes y un gol en fuera de juego precedido de un gol envenenado ponía el dos a dos.
Entre el empate y el tercero en contra he sido abucheado desde la grada. Unas cincuenta personas tratándome de sacar del partido. Y un lateral y un extremo dándome cera. Hasta que en un momento dado, viendo que mi rival de banda quería bailar conmigo, le he enseñado mis pasos madrileños.
Me alegra saber que vuelvo a casa dolorido, habiendo recibido menos de lo que he repartido. Y es que a veces, por más que duela admitirlo, cuando la pelota no quiere, y los dioses te dan la espalda, solo queda bailar, y si es posible enseñarle al otro que aquí se baila a mi ritmo.
Domingo 14 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #640
