Siempre fui un niño enamorado de Link y sus aventuras. Largas noches en casa de mis abuelos donde a escondidas jugaba y me imaginaba dentro de mundos de varios bits. Sueños incontables sobre espadas y escudos perdidos en regiones lejanas. Y entonces llegó Breath of The Wild.
Mi amor por BOTW llegó más tarde de lo que hubiera querido. En un momento dado tuve que decirme entre gastar mis ahorros en un viaje o comprarme la Switch y BOTW, y lamentablemente elegí lo primero. Un par de años más tarde mi querido Baltasar escuchó mis plegarias, y entonces el sueño de mi infancia se hizo realidad.
BOTW abrió cientos de miles de posibilidades. Lo que antes estaba reservado a mi imaginación era una realidad, y hoy, varios años más tarde y con más horas jugadas de las que me atrevo a admitir, la secuela de esa maravillosa joya ha llegado a mis manos. Hoy después de una larga espera he podido disfrutar de Tears of Kingom. Tal vez el mejor juego al que haya jugado en mi vida.
Poco puedo añadir a este recuerdo, porque siendo sinceros mi sábado ha sido poco más que catorce horas de videojuegos e innumerables blasfemias cada vez que moría. Pero supongo que ahí está la magia de este día, años de espera que se resumen en un joven gritando a una televisión en medio de Tallin.
Sábado 13 de mayo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #639
