Tallin, ciudad que me ha acogido en el último año. Lugar amurallado a orillas del Báltico que he logrado hacer mío y que poco a poco se convierte en algo más allá de lo transitorio.
Este recuerdo, lleno de paseos y discusiones cariñosas, es tal vez el que más ilusión me produce de este fin de semana en el que mi familia ha querido que les mostrase esta ciudad de la que tanto escribo. Puede que hasta les haya convencido de que la falta de sol invernal tampoco es para tanto, y que merece la pena vivir aquí.
Nos hemos despertado pronto, a una de esas horas donde el café siempre es poco y la cama siempre llama. Mi sobrino ha dormido en el sofá, y yo con mi hermano en la cama. Y aunque todos nos quejemos de los ronquidos de los otros, estoy convencido que esta noche mis vecinos han debido escuchar una sinfonía de las que marcan época.
Durante la mañana y gran parte de la tarde he hecho de guía. De esos que usan los tópicos que tanto gustan y de los que son capaces de hacer divertido el paseo entre árboles. Supongo que llevar casi un año viviendo en Tallin me ha hecho conocer la ciudad, y por la ilusión de mi familia creo que han acabado agradeciendo mis cuñadeces.
Mi padre, entre bromas y con algo de verdad, ha acabado regalándome esa cafetera que tanto quería. Uno de esos regalos que difícilmente habría comprado yo sólo, porque como le decía a mi madre, no encuentro justificación para gastarme el dinero en mejorar mi forma de hacer café.
Tallin en familia cambia mucho. Ayuda a valorar estos doce meses fuera de Madrid. Sirve como punto de inflexión para entender que mi vida en el Báltico es una realidad y que me está yendo mucho mejor de lo que pensaba. Supongo que cuando vuelvan por aquí seré capaz de entender aún más gran parte de la visión que ellos tienen de mi aventura en la distancia.
Domingo 30 de abril de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #626