He dormido poco, muy poco. Ha sido una de esas noches de ojos abiertos y techo negro. Supongo que tampoco habrá ayudado llegar de viaje a las tres de la mañana. Y mucho menos saber que tenía por delante una locura de jueves.
He ido a trabajar a duras penas, arrastrándome y con un ojo a medio abrir. Falta de sueño y cansancio general, todo lo que no deseaba a mi jueves se ha hecho realidad. Y en la distancia un entrenamiento nocturno para el que no sabía si iba a tener la fuerza necesaria.
He sobrevivido el día, y gracias a ello me he permitido el lujo de ilusionarme con el entrenamiento de hoy. Supongo que nada ni nadie podría haber previsto lo que iba a ocurrir hoy, y aún cuando escribo esto trato de entender si de verdad acabé inconsciente sobre el verde o fue un mal sueño.
Sin entrar en mucho detalle y por ahorrar al lector detalles grotescos, he acabado a las once de la noche en urgencias. Con una nariz destrozada y habiendo sangrado lo suficiente como para llevarme a pensar que necesitaba una operación de urgencia.
Entre una cosa y otra, resulta que la nariz no está rota, pero que tengo heridas que deberían necesitar varios puntos. El choque con mi compañero de equipo ha sido el más duro que he tenido en mi vida. Y mi nariz, y los cinco segundos inconsciente son prueba de ello.
Una vez curada mi nariz, con cuatro cortes a mal cerrar y con calmantes suficientes para tumbar a un caballo me han dejado ir. Y aquí es cuando mi querida Mer ha creído oportuno desmayarse. Dos horas más tarde y con el reloj marcando las dos y media de la mañana seguíamos en urgencias. Y lo que era una posible nariz rota se había convertido en una bajada de tensión y varias vías de suero.
Jueves 20 de abril de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #616