Londres, megalópolis que como recordaba ayer me queda grande. Lugar idílico para un Carlos de otra época. Ciudad de infinitos estímulos que se contrapone con la sobriedad de la vida monacal del Báltico. Y aunque no sea ciudad para mí, lo es y será para mucha gente a la que aprecio.
No puedo evitar acordarme de varias personas cada vez que pienso en Londres. Unos amigos de mis padres, mi amigo friki Rafa, y mis amigas Inés y Valeria. De los primeros y de Rafa hoy no toca hablar, aunque ya hayan ocupado alguno de los mas de seiscientos recuerdos que llevo escritos. Hoy quiero hablar de Inés y de Valeria.
Hará un año de aquel café con Inés. Yo aún vivía en Madrid, y ella seguía enamorándose de Londres. Mucho ha cambiado en estos doce meses, ella perdió la ilusión por la ciudad que me queda grande, y yo decidí poner fin a mi romance madrileño. De aquel café, además de la recapitulación de nuestra amistad, ambos dejamos claro que la vida es muy larga. Y cuánta razón teníamos.
Valeria por otro lado, la protagonista del recuerdo de hoy, siempre ha estado, o al menos lo parece, enamorada de la capital británica. Tal vez sea por la concentración de restaurantes y la infinitud de posibilidades gastronómicas, o como me decía en el café de esta mañana, la seguridad de saber que Madrid sigue igual.
No sé cuándo fue la última vez que vi a Valeria, creo que hará un año. Poco antes de mi huida al Báltico. En aquel entonces, aunque ella no lo supiese, sentía una envidia profunda. Siendo un par de años menor que yo había sido capaz de hacer suyo un rincón del extranjero, y en aquel entonces yo sólo podía presumir de haber descubierto los recovecos más oscuros de Madrid.
No sé cuándo volveré a ver a Valeria, mucho menos cuándo volveré a Londres. Pero gracias a este volumen de recuerdos, siempre guardare con cariño estas treinta y seis horas en Londres, una ciudad que me alegra saber que ha sido conquistada por gente a la que guardo tanto cariño.
Miércoles 19 de abril de 2023
Londres, Reino Unido
Recuerdo #615
