Carlos Pinedo Texidor
607 - Fiebre.
Pocas veces estoy enfermo, rara vez tengo que meterme en la cama y asumir que el día está perdido, y ayer fue una de ellas.
Cuando digo rara vez, no es una exageración, creo que la última vez que tuve que dar el día por acabado y asumir que no podía salir de la cama fue en enero del año veintiuno, cuando el COVID me hizo sufrir.
No sé si será suerte, buena genética o buen estilo de vida. Digamos que es un popurrí de las tres, pues aún así, ayer duré tres horas en la oficina.
Me levanté a duras penas, sin poder hablar, y con un malestar generalizado que achaqué al poco descanso de la noche. Supuse que un par de cafés y una ducha fría me ayudarían a enfocar el día, pero me equivocaba.
Logré arrastrarme a la oficina, sobreviví la reunión de las diez y debía prepararme la de las dos y cuarto. Pero como siempre en esta vida, cuando uno más necesita estar preparado, una jaqueca digna de libro aparte me hizo levantar la mano y decir a mi equipo que tenía que irme a casa.
Una vez en casa, y con otras dos duchas de por medio logré bajar lo que parecía una fiebre. Conseguí sacar adelante la reunión de las dos y cuarto, y una vez concluida no me quedó otra que desfallecer en el salón de casa.
Ya por la noche, cuando Mer me acercó los ingredientes de mi pócima (miel, leche y cognac) logré levantarme. En ese momento debía tener cuarenta de fiebre. Y por segunda vez en mi vida, (al igual que después de aquel Ironman) volví a recordar que pocas cosas más dolorosas que una fiebre muscular.
Un día perdido, con una fiebre muscular y una jaqueca que pocas veces he sentido en mi vida. Y todo ello por jugar el partido de fútbol más intenso de mi vida. Poético, la vida sana me lleva a la enfermedad.
Martes 11 de abril de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #607
