Entrenar a menos once grados no es algo que aspiro a repetir. Sentir el gorro y los guantes congelarse es algo desagradable, casi tanto como no poder atarme los cordones por el frío.
Como cada jueves he acudido a los campos de Kalev para desempolvar las botas. Un recorrido de no más de quince minutos desde mi casa, y que sin duda será más agradable cuando llegue el verano.
Es complicado eso de explicar lo que se siente cuando uno juega encima de una placa de hielo. Sin duda es algo a tener en cuenta cuando uno se juega el tipo para hacer un control que juraría haber sido capaz de hacer hace un par de años. Espero que sea cosa del hielo y no de la edad.
Me impresiona lo fácil que le resulta al cuerpo adaptarse a las bajas temperaturas. He jugado con una camiseta térmica y un jersey encima. Algo que habría sido insuficiente en mis entremos madrileños. Pero ahora a menos once es suficiente para aguantar el tipo ante un equipo de tercera división.
Érase una vez un equipo de tercera división al que no le importaba entrenar a menos once grados. Érase una vez un joven Carlos enamorado del compromiso de unos tíos que le han acogido como si fuera un flamante fichaje.
Jueves 9 de marzo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #574