No sé la de veces que he alabado mi vida laboral en el Báltico. He dedicado cientos de líneas a las bondades de la conciliación laboral, al desarrollo personal e incluso a la libertad de la mentalidad empresarial. Trabajar en Estonia supone dar rienda suelta a mi creatividad, y donde antes había demandas de clientes ahora hay propuestas que siempre son escuchadas.
Es cierto que mi ejemplo es algo atípico. sigo sin entender muy bien a quién he engañado para estar donde estoy ahora. Un puesto senior que no me corresponde ni por edad ni por experiencia, pero que sorprendentemente se me da muy bien. Disfruto con mi trabajo, salgo de trabajar pronto, y me permito el lujo de pensar hasta altas horas de la noche en cómo puedo mejorar todo aquello que descubro.
Tengo mucha libertad, por lo general nadie me manda trabajo, organizo mis semanas y elijo mis proyectos. Tengo el lujo de aprender equivocándome, y estoy rodeado de gente dispuesta a sentarse conmigo y enseñarme todo lo que han aprendido. Soy muy joven, y aunque muchos en el curro se empeñen en echarme casi treinta años sigo siendo un chaval con mucho que aprender y mucho que aportar.
Es increíble la suerte que supone ir a parar a un sitio donde se te escucha. Un lugar donde las ideas son debatidas y donde la innovación es sinónimo de una conversación cerca de la máquina de café. Tengo suerte, tanta que me he permitido el lujo de convencer a varias personas para sentarse informalmente a hablar con un amigo que creo que puede aportarnos mucho.
Me gusta mucho mi trabajo, tanto que me veo en él varios años, y ello supone alejarme de Madrid más de lo que habría imaginado. El panorama de España tampoco ayuda, y desde el exterior duele ser testigo de la argentinización del país que me vio crecer.
Martes 6 de marzo de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #571
