Mi maravillosa vida Báltica me permite vivir tardes dignas de poner por escrito. En un nuevo capítulo de mi vida en Estonia, he acabado jugando al póker en el sitio que tan feliz me está haciendo. Un pequeño recoveco entre las murallas de Tallin del que poco puedo contar. Tal vez cuando me aleje de esta ciudad, si es que lo hago, revele los secretos de un lugar único e irrepetible.
Es curioso saber que se está viviendo un gran recuerdo. Sé que cuando mire con cariño y relea estas páginas seré capaz de entender que mientras escribía esto era muy consciente de lo especial y único que es todo lo que vivo. Tal vez ser consciente de una realidad así sea uno de los mayores placeres que existen.
Como decía antes, poco puedo contar y no es que no quiera, es que no es adecuado. Todo lo que ocurre detrás de esa escondida puerta amurallada debe quedarse ahí y aunque en estos tibios recuerdos haga sutiles referencias no quiero desvelar la que será una de las mejores etapas de mi vida.
Hoy día viernes he acabado jugando una vez más torneo de poker cuyo valor supera con creces el daño que ha hecho a mi cartera. Lo que se habla en una mesa se queda en la mesa y las eternas manos se entrelazan con anécdotas, ideas ingeniosas, y propuestas laborales. Conversaciones que entre otras cosas me ayudan a entender que abandonar Madrid no solo fue una decisión valiente, sino muy acertada.
Tal vez porque vaya dictando este texto en mi vuelta a casa con los pies helados y la nieve por los tobillos no sea muy capaz de explicar con claridad todo lo que me recorre. Porque este pequeño capítulo de mi vida báltica va a ser muy especial en la vida que me espera y desgraciadamente, aunque sea de momento, las ocho horas de póker deben quedarse como una sutil referencia a la sociedad prohibida y oculta que vive entre las murallas que me han acogido.
Jueves 23 de febrero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #560
