Carlos Pinedo Texidor
549 - Domingo vago.
Vaguear, ese pequeño placer de la vida adulta que parece que hay que planificar. La ajetreada vida de un joven independizado conlleva dedicar sábados y domingos al deporte. Y entre otras muchas cosas, lo que se consigue es hacer de todo menso descansar.
No voy a mentir, entre una cosa y otra llevo un mes sin parar. El cambio de casa, el nuevo curro o recuperar mi vida deportiva son varias de las obligaciones que me han impedido disfrutar de un domingo vago. Un domingo sin salir de casa. De esos en los que se desayuna y come simultáneamente a las dos. De los que te invitan a quedarte dormido en el sofá después de lavar los platos. En definitiva, un día de no hacer nada que requiera esfuerzo.
La idea de este día sin hacer nada surge hace varias semanas. Originalmente la idea conllevaba escaparme con Mer al campo estonio. A una torre de agua reconvertida en casa de campo con sauna y vistas a varias hectáreas de campo nevado. Pero un pequeño error de cálculo no tuvo en cuenta que mi sueldo de enero ha sido debidamente prorrateado, y dejadme que os diga que ha sido cuanto menso doloroso.
Pero más allá de los posibles planes, la esencia de un domingo vago radica en el no hacer nada. Por lo que tanto monta si es en la calle Soo o en un sembrado remoto. Por ello Mer y yo hemos quedado en comer a eso de las dos. He cocinado rápidamente unos solomillos de cerdos rebozados en yema con unas patatas fritas y los restos de la mayonesa picante del viernes. En no más de cuarenta minutos habíamos comido y recogido. Y es ahí cuando ha llegado lo mejor del día, la siesta de sofá con una manta y una película de fondo.
Ahora cuando escribo esto el sueño me vuelve a llamar. El domingo vago, paradójicamente, es agotador. Eso de no hacer nada es algo que a mi me sigue chirriando. Pero admito que mi cabeza (y mi cuerpo) necesitaba este merecidísimo descanso dominical.
Domingo 12 de febrero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #549
