He tardado mucho en darme cuenta que mi vida en Tallin es tan maravillosa por mi tiempo libre entre semana. El horario europeo tiene sentido. Entrar a las nueve, parar para comer unos quince minutos o media hora y apagar el ordenador a las cinco. Un horario organizado y productivo que permite no acabar quemado. Y sobre todo, permite tener dieciséis horas entre jornada laboral, que al menos en mi caso, me han hecho replantearme mis objetivos vitales.
Suelo aprovechar mis tardes, desde paseos y deporte, hasta largas jornadas de lectura y escritura, y todo ello con la tranquilidad de saber que aunque me entre un email o un mensaje de Slack, nadie espera que lo solucione esa misma noche. La conciliación laboral no es un mito como tratan de vender en España. Es una realidad, y permitidme que os diga, qué maravilla de realidad.
Hoy he salido de trabajar a las seis, ya que esta mañana he decidido entrar una hora más tarde. Y a eso de las seis y media ya estaba paseando con Mer y con mis nuevas y baratísimas Converse. Parece ser que la nieve destroza las zapas, porque en escasos cinco meses he agujereado dos pares de New Balance, unas Veja y unas Adidas. O tal vez sea yo, que ahora que tengo tanto tiempo me ha dado por volver a pasear.
Hemos aprovechado para atravesar la ciudad vieja, que aunque haga frío sigue siendo preciosa por la noche, y en no más de veinte minutos hemos llegado a mi casa habiendo pasado por Rimi para hacer mi compra mensual. Y dejadme confesaros que cuando volví de mi Navidad en Madrid aproveché para traer mi proyector. Y ahora, además de un pequeño hogar, también tengo un pequeño cine en casa.
Me resulta increíble pensar que en una tarde de miércoles me ha dado tiempo a pasear, comprarme unas zapas, hacer mi compra mensual y disfrutar de The Green Book con Mer. Tal vez estos estonios sepan algo de la vida que a los españoles se nos escapa y prometo tratar de averiguarlo antes de volver a Madrid, si es que vuelvo.
Miércoles 8 de febrero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #545
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