Si pudiera volver a hablar con el Carlos de hace doce años me lo llevaría a un banco cerca del Calderón. Le explicaría con mucho mimo todo lo que le queda por vivir. Que ese tal Diego Pablo le iba a cambiar la vida, y que su decisión de hacerse del Atleti tras la muerte de su abuelo sería algo con lo que se reconciliaría en la madrugada del partido de Manchester.
Le explicaría con especial cuidado que los motivos por los que ese año no iba a jugar al fútbol pronto iban a dejar de ser importantes. Que cuando cumpliera los dieciocho se volvería a enamorar de las carreras de detrás del balón. Y que durante unos placenteros e irreales cinco años jugaría cientos de partidos.
Es muy probable que el Carlos de doce años creyese que todo era una forma de engañarlo y para que no tirase la toalla. Pero trataría de convencerlo a través de este diario y la crónica de un año marcado por estar alejado del verde. No dejaría fuera ningún tipo de detalle. Desde aquel último gran partido en Manoteras hasta el despertar al día siguiente sin poder apoyar el pie. Incidiría en ese “a morir los míos mueren” que años más tarde aceptará como mantra.
Justo cuando el joven Carlos comenzase a llorar le hablaría de la mayor felicidad que un futbolista puede vivir. Volver a jugar después de una lesión que parecía ser la definitiva. Y es que pequeño Carlos, un tornillo de titanio de cinco centímetros te devolverá la vida y que eso de colgar las botas es una opción que no podemos permitirnos.
Ahora escribo a miles de kilómetros de los campos que me arrebataron la espina de mi carrera futbolística. Y escasos meses de consumar el que será el hito más importante de mi amor por el fútbol, insisto una vez más en que esto del fútbol es mucho más que correr detrás de una pelota. Y sino preguntádselo al insensato que quiere que juegue con ellos en la cuarta división de fútbol de Estonia.
Esto es el principio de algo precioso, y una vez más querido Carlos de dentro de varias décadas, espero que cuando leas esto sea entre partido y partido.
Domingo 5 de febrero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #542
