Volver a empezar suele ser algo que conlleva cierto romanticismo. Supone aceptar que en algún momento se abandonó lo que se quiere recuperar, algo que sin duda pasa por aceptar el abandono de lo que se quiere hacer propio otra vez.
En mi caso, o al menos tal y como lo entiendo, es prácticamente imposible retomar algo sin ser consciente de la pérdida. ¿Qué sentido tiene volver si no crees haberte ido? Y es hoy cuando creo haber encontrado un pequeño error en mi lógica.
Creo que gran parte de mi error parte del no haber sido nunca qué es eso del abandono, y no me refiero al físico, sino al costumbrista, como en mi caso, el deporte. Hasta diciembre del año veintiuno, jugaba al fútbol cinco veces por semana, entrenaba en el gimnasio otras cuatro y salía a correr por lo menos dos días. Podría decirse que dedicaba unas veinte horas a la semana a hacer deporte y para mí eso era lo normal.
Por tanto, la pregunta que me hago es si el abandono debe medirse en términos relativos. Para mí, todo lo que no haya sido entrenar siete días a la semana ha sido una semana de abandono. Pero si lo relativizo me encuentro con que no abandoné el deporte, sino que relajé el ritmo.
Estoy tratando de no ser excesivamente exigente y por ello logro entender que mi abandono del deporte no ha sido un destierro, sino una suma de diversos motivos que me han hecho priorizar otras cosa.
Tal vez por este razonamiento y por mi rápida vuelta al deporte me permito el lujo de admitir que nunca me llegué a ir del todo. Y aunque me sobren varios kilos y me falte velocidad y pulmón, viendo dónde estoy después de dos semanas de estilo de vida monacal, creo que nunca me llegué a ir del todo.
Voy a seguir entrenando pensando en que nunca me llegué a ir del todo, y aunque ese no fuera el caso, es la mejor forma de que tengo de no lamentarme por haber dejado de estar en la mejor forma física de mi vida.
Martes 31 de enero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #537
