No desprecio a todos los juegos de azar por igual. Hay varios a los que guardo un inmenso cariño: el mus, la ruleta, el blackjack y el póker. Del primero y del segundo ya he hablado mucho, mientras que del tercero y el cuarto aún me queda mucho por escribir. Pero hoy quiero hablar del último.
El póker es un juego de cartas único. Creo que debí aprender a jugar hace algo más de quince años, y no ha sido hasta este año cuando he logrado entender las complicaciones de un juego matemático y mental. Digo póker y no Texas, porque este último es al que más juego ahora, pero en su día jugué mucho a los dados de póker y al de cinco cartas.
En estas últimas semanas, además de terminar de adaptarme a mi nuevo curro y nueva casa, he redescubierto dos variantes de póker a las que he jugado muy poco: crazy pineapple y omaha. Ambas variantes son tremendamente complicadas, aunque jugar a al pineapple es más sencillo ya que llegas al turn con dos cartas. Mientras que el omaha es una variante pensada por matemáticos sadomasoquistas que quieren ver a gente como yo sufrir al hacer números con cinco cartas en la mesa y la obligación de usar dos de las cuatro de la mano.
Pues bien, hoy, gracias a que curro en una empresa de juego online, he podido volver a jugar un torneo de póker, esta vez de omaha sin ante. Y dejadme que os diga, es la variante que más detesto y que peor se me da. En los tres torneos de póker que llevo este año he clasificado octavo de treinta y pocos y decimosexto de treinta y ocho, aunque si se cuentan los rebuys debieron ser unos cuarenta y cinco. Pero estar vez, con el dichoso omaha he sido el último de veintitrés.
He perdido varias manos de trips y flushes contra straights y full houses, y es que con esta dichosa variante no sé leer las apuestas en el river después de haber hecho check en el flop y en el turn. Tal vez el fin de semana que viene tenga más suerte con mi querido crazy pineapple.
Viernes 27 de enero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #533
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