Tallin es una ciudad preciosa, y Estonia un país acogedor con infinidad de oportunidades. Podría decirse que es el último reducto de lo que un día debió ser la Europa feliz. El alquiler es asequible, los sueldos son altos y los estonios llevan por bandera el honor, el respeto y la confianza.
Hay tantísimas ventajas y oportunidades de vida que parece demasiado bueno para ser verdad. Y puede que lo sea, porque Tallin tiene una pequeña trampa que en mi caso tengo la suerte de saber sobrellevar.
Para vivir en Tallin y disfrutar de todo lo que ofrece, hay que ser capaz de adaptarse al frío y a la oscuridad. Lo primero es fácil, se soluciona con un buen abrigo, pero respecto a lo segundo, hace falta algo de disciplina y tener vida interior.
A principios de noviembre el país comienza a sucumbir ante la falta de luz. Los estonios suelen llevarlo francamente mal, y una depresión colectiva tiene lugar. Esta dichosa oscuridad se alarga hasta finales de marzo, pero cuando entra la primavera, el país vuelve a convertirse en la ciudad más bonita que he conocido.
En mi caso he sabido adaptarme a la oscuridad. Tal vez porque en Tallin, al igual que en Madrid, la salida de trabajo coincide con la entrada de la noche. La diferencia es aquí es a las cinco y en Madrid es a las nueve. ¿De qué sirve la luz de Madrid si vives encerrado en una oficina?
Pero seamos objetivos, la luz de Madrid te permite disfrutar del fin de semana. Pero claro, es Madrid es ciudad que quema mucho, y rara vez se logra aguantar un sábado en la capital, así que eso de la luz tampoco se tiene tan en cuenta.
Es por ello, que en días como hoy, donde el sol castiga y el viento desaparece, el que escribe es completamente feliz. La luz invernal en Tallin es escurridiza, y un fenómeno poco habitual, pero cuando ocurre, me atrevo a decir que ya quisiera Madrid tener los reflejos y matices de un sol paralelo al mar.
Sábado 21 de enero de 2023
Tallin, Estonia
Recuerdo #527