480 - Un algo en Telleskivi.

Hace un año mes arriba o mes abajo, escribía sobre la magia que suponía tomar algo al salir del curro. En aquel entonces, envuelto en la vorágine laboral madrileña, encontraba en esas cervezas de las diez y media un oasis en las semanas de traje y café. Tengo la sensación de haber pasado años atrapado en la rutina de casa, moto, oficina, moto, bar y casa. Pequeñas jornadas sociales que servían de descanso entre picar datos en martes y mandar emails un miércoles. Y después de todo este tiempo, me acuerdo con nostalgia de lo mucho que ha cambiado todo.

En mi vida báltica, no siento la necesidad de forzar ir a una terraza un lunes de diciembre. Es cierto que después de un par de semanas donde mi futuro en Estonia no hace más que tambalearse, y con ello podría escribir que el ir un lunes a las cinco de la tarde a tomar aun algo a Telleskivi no es más que una forma de dejar de pensar en el alquiler que tengo que pagar cuando deje de cobrar. También podría escribir que mis ganas surgen por volver a ver a la isleña con la que me tomé un café la semana pasada.

Hoy he salido de currar, he jugado un par de partidas de pimpón con mis colegas del curro y me he subido a un Bolt rumbo a Telleskivi. En un bar de otra época me esperaba la isleña de tez clara y ojos claros. Sentada en un sofá de cuero frente a la ventana por la que observaba la nieve que seguro cubrirá Tallin esta noche. Y yo, algo tarde, despistado y con los pies congelados, he acabado sentándome a su lado.

Durante algo más de cinco horas hemos hablado un poco de todo, y puede que volvamos a repetir plan el viernes al salir de trabajar. Supongo que para entonces habré conseguido un trabajo, porque la entrevista de mañana, más que una prueba, creo que va a ser un primer día en un curro que promete gloria eterna a cambio de sangre, sudor y lágrimas.

Lunes 5 de diciembre de 2022

Tallin, Estonia

Recuerdo #480