Mi amiga Mari-Liis es de un pequeño lugar de Estonia llamado Rapla. Un rincón que allá por el siglo XIII ya era reconocido como pueblo por los daneses. En términos castizos, Rapla podría ser uno de esos pueblos segovianos con encanto, pero teniendo en cuenta que sus más de cinco mil habitantes suponen (proporcionalmente hablando) un núcleo de población importante en Estonia.
Pues bien, en torno a ese pueblo con encanto (que aún espero invitación para conocer) hemos fundado una especie de religión mis dos colegas turcos y yo. Y en ese make Rapla great again, hemos acabado estableciendo una tradición semanal. Una cena en una casa distinta, y el viernes fue en casa de la nativa de Rapla.
Como ya he escrito alguna que otra vez, vivo a diez metros de Mari-Liis. Y el viernes, una hora y pico antes de nuestra cena, me pidió que me acercara a solucionar un par de salsas. Y es que por mucho que sepa cocinar, a mi querida Mari-Liis le falta el arte mediterráneo de saber casar ingredientes, y más de alguna vez necesita que con mi buen paladar determine si un par de cucharas de vinagre y un poco de nuez moscada el sabor de unifica.
Después de unos ajetreados minutos los dos Kaan aparecieron. Trayendo consigo cuatro vasos del Galatasaray con los que después beberíamos Raki. Una pócima a la que ya he dedicado algún recuerdo y que ablanda el corazón y suelta la lengua de quien la bebe.
Disfrutamos y reímos, acabamos hablando de todo un poco, lloramos a Arda Turán, les expliqué qué era eso de la Contracamiseta, e inevitablemente acabamos hablando de lo único que importa ahora mismo, los romances imposibles.
Viernes 7 de octubre de 2022
Tallin, Estonia
Recuerdo #420
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