Estoy sentado en la puerta A14 de la terminal de Frankfurt, hace un par horas que mi avión con origen Madrid aterrizó, y yo, con la cara de alguien que no ha dormido, intento escribir con mayor o menor acierto sobre una noche de pura juventud.
Madrid sigue siendo esa ciudad de ganas de conocer y que te conozcan, y tal vez eso es lo que hizo a una amiga de Juls responder a una story con un tímido, qué guapo el de la derecha. Y yo, como buen animal de campo y de cafés pendientes, no dude en proponer un café a esa curiosa morena que preguntaba mí.
Hace algo más de ocho horas que me despedí de ella, y es que un café a las siete de la tarde derivó en una noche madrileña callejeando con muletas y mucha palabra suelta. Por primera vez me ha tocado escuchar más que hablar, y es que el jadeo de mi muleteo me tenía a otras cosas.
Resulta cuanto menos cómico ese sentimiento de conocer a alguien cuando uno vuelve a su refugio báltico. Y es que según me despedí de María, tuve cuarenta y cinco minutos para ducharme y terminar la mochila, y no más tarde de las cinco y media ya había puesto rumbo a la T2.
Supongo que la juventud también es esto, jugar con esos malos tiempos que tanto asolan la vida del joven, y en la medida de lo posible tratar de entender que los y sí no valen para mucho, y que tal vez, lo más valioso de todo esto es saber que me subo a un avión con ganas de repetir un café que se complicó en una madrugada.
Sábado 3 de septiembre de 2022
Madrid, España
Recuerdo #386