Hoy se han acercado a comer a casa de mis padres dos personas que sin duda se merecen todo lo bueno que les pueda pasar. Una morena con un jardín de ideas (y de flores) y una rubia con una cabeza que esconde más de lo que enseña. Y es que han decidido empezar a trabajar en la calle de la casa de mis padres, y yo que ahora vivo a miles de kilómetros, sueño con todos los cafés que me voy a perder.
Conozco a Casilda desde hace muchos años, hemos pasado de una feroz enemistad a una amistad de la que estoy muy orgulloso. Nuestro acalorado desprecio era conocido entre los asiduos del autobús número catorce de Madrid, y un buen día, sin saber muy bien porqué, nos hicimos amigos. Y de Blanca poco más puedo decir que no sea una invitación a comprar el primer volumen de recuerdos y leer sobre ella.
Tengo la grandísima suerte de que Blanca y Casilda se quieren mucho entre ellas. Tienen una amistad que envidio, una con sus flores logra embellecer todo cuanto toca, y la otra, con su cariñoso y preciso riego, matiza y cuida con delicadeza. Mi vida es mucho más sencilla sabiendo que dos de las amistades que más quiero, se cuidan tanto entre ellas, porque indirectamente me cuidan a mí.
Hemos comido y hablado un poco de todo y a la vez de nada. Los tres somos jóvenes con mucho mundo interior, y sin hablar sabemos entender mucho del otro. Hacia mucho que no me sentaba con ellas a solas, y después de quedarme atónito con las grandísimas amigas que tengo, me reafirmo en lo que ya sabía y que ahora redescubro. Casilda tiene un espíritu envidiable, una suerte de cabezonería positiva que admiro mucho. Blanca por su lado, tiene un humor y bondad única que ha debido sacar de su padre, o al menos eso me dice el mío.
Tengo dos amigas a las que dedicaría muchas más líneas, pero el límite de texto de Instagram solo me permite un amago de oda en la que intento que sepan que aunque a veces no lo parezca, las admiro mucho.
Miércoles 31 de agosto de 2022
Madrid, España
Recuerdo #383
