No sé muy bien qué es lo que me hace sentir que en Tallin tengo un hogar, y ni si quiera una semana en Mallorca me hace añorar mi vida en España. Siento que mis amistades siguen igual que siempre, e incluso he mejorado la comunicación con ellas.
En Madrid uno vive pensando que todo puede esperar a la próxima cerveza, y a tres mil kilómetros de la ciudad que me vio nacer, he logrado que la inmediatez rija mis relaciones. Lo que es importante merece ser contado según ocurre, y en una ciudad como Madrid siempre surge un “me cuentas con calma cuando nos veamos”.
Hace doce horas que salí de mi casa mallorquina, y después de un vuelo a Oslo y una escala interminable, escribo este recuerdo desde la fila cuatro del vuelo que me lleva a Tallin. Mi hermano está sentado varias filas detrás de mi, viene a pasar una semana en mi casa báltica, y a poder ser, recrear aquella foto de hace cuatro años que me hizo mudarme a Tallin.
Sigo creyendo que estos recuerdos empezarán a ser más nostálgicos cuando en la distancia vea a mi querido Atleti jugar, y es que después de una pretemporada ilusionante, confío más que nunca en Diego Pablo. Y ahora, con la temporada por empezar echo de menos los partidos que aún no se han jugado.
Hoy he tenido mucho tiempo para pensar, he estado hasta hace un rato trasteando con mi documento de identidad estonio, y entre juegos y suspiros, sigo sin creerme lo mucho que ha cambiado mi vida en estos meses.
La independencia adulta ha llamado a mi puerta, estoy terminando este primer volumen de recuerdos que espero publicar en un mes, y aunque mi pie cada día me torture un poco más, con la fecha de operación sobre la mesa, veo la luz al final del túnel.
Hace ocho meses el deporte era mi principal esperanza en un Madrid que cada día me desilusionaba más, y ahora, con todos los aspectos de mi vida tocando al unísono, sueño con volver a correr antes de octubre y completar esa banda sonora con aires de Calamaro.
Lunes 8 de agosto de 2022
Tallin
Recuerdos con contexto 360
