Son las cinco de la tarde del sábado, llevo todo el día sin hacer nada, con la mente en blanco y la pereza del recuerdo no escrito. Ayer fue un día agotador, de esos viajes que desde el minuto uno están condenados a estar acompañados de jaqueca y cansancio.
Mi primer vuelo despegaba a las seis de la mañana y la alarma de las cuatro me recordaba que tenia que guardar la ropa de la lavadora y terminar de hacer la mochila. Por una de esas carambolas del destino se me ocurrió abrir el correo electrónico, con la suerte de ver en mi bandeja de entrada un mensaje de la aerolínea cancelando mi vuelo. Ya no llegaría a Mallorca a las doce, sino a las seis de la tarde.
Eran las cinco de la mañana, y yo ya me había duchado, me tocaba volver a ponerme el pijama y tratar de conciliar el sueño sabiendo que tenía que correr al aeropuerto para hacer el check in y no quedarme sin tarjeta de embarque. Dos horas más tarde, con el reloj marcando las siete no me quedó otra que volverme a duchar, prepararme otra cafetera e ir a esperar a que abriera el mostrador.
Una vez asegurada mi plaza en el avión con rumbo a Múnich pude echar una breve cabezada en la puerta de embarque. Un par de horas más tarde, a eso de las tres llegaba a Múnich, mi puerta de embarque estaba al otro lado de la terminal, y aún con un pie que cada día se queja más por esa operación pendiente, pude esprintar para ser el último en embarcar. El avión despegaba a las tres y cuarto, y yo me subía al autobús rumbo al avión a las tres y diez.
Una vez en el avión, con el corazón algo más relajado y la cabeza cada vez más cansada pude dormir, algo que no había hecho la noche anterior. La llegada al aeropuerto mallorquín fue eterna, el avión no parecía avanzar, y mi leve sueño no me permitía que el tiempo fuera a su debido ritmo.
Ya en casa, con mi madre, hermana y sobrinos algo alterados por tal repentina sorpresa, pude por fin desconectar con una cerveza que supo a libertad.
Viernes 29 de julio de 2022
Mallorca
Recuerdos con contexto 350
