Una vez más he venido a mi querido recoveco de Rotermanni. Esta vez he sustituido mi galería de café preferida por una amarilla y sugerente terraza de nombre Oasis. Hago memoria del día de ayer mientras espero a que me traigan una hamburguesa y una pinta, y entre tanta memoria me doy cuenta que la camarera me sonríe mucho.
He de reconocer que es algo complejo escribir los recuerdos al día siguiente sin entremezclar detalles del día en el que se escribe el recuerdo. Hay recuerdos que leídos ahora en la distancia del tiempo mejoran precisamente por ese detalle que puede ser una mención a una resaca o la nostalgia de una gran noche. Y ayer no iba a ser para menos.
Ayer fue un día de los que solía disfrutar en mi primaveral Madrid. Café y lectura a primera hora de la mañana para después de una buena ducha salir de casa sabiendo que el regreso se demoraría varias horas largas.
Tallin está precioso, y más allá de la belleza de esta ciudad medieval con toques soviéticos y modernistas, es una ciudad que vive por y para los cambios de estación, aunque eso es algo de lo que me gustaría escribir en enero. Es esa belleza y la actual vida veraniega la que me hacen salir de casa, andar sin rumbo en una ciudad que te invita a encontrarte.
Ayer paseé, callejeé y busqué lugares que ajenos al ojo del turista. Fui a parar a un sitio de café escondido al lado del bar subterráneo de cócteles en el que acabé hace unas semanas. Las paredes de piedra desnuda están vestidas con cuadros y esculturas que difícilmente tienen que envidiar a la colección de Es Baluard, y aunque haya alguna reproducción, merece la pena disfrutar en ese salón oculto.
De camino a casa me regalaron unas flores por comprar un jarrón, y es que en Tallin las flores son producto local de gran calidad. Espero que en invierno siga habiendo, porque me están creando la necesidad de tener mi casa con más flores de las que había tenido en mi vida.
Sábado 25 de junio de 2022
Tallin
Recuerdos con contexto 316
