Es verano y hace frío, es una sensación rara más aún cuando veo a mis amigos y familiares derritiéndose en Madrid a cuarenta grados. Tal vez estos fríos y refrescantes veranos estonios sean desde hoy mi época favorita del año, pero ese ese otro tema.
Tallin es una ciudad muy agradable, está llena de verdes recovecos y piedras de otra época. Hay poco coche y mucho peatón que se detiene cuando el semáforo está en rojo y me juzga cuando me lo salto. Es un lugar bastante especial, alternan modernismo con Edad Media y toques soviéticos, y todo sin acercarse a los suburbios.
Más allá de lo mucho que me está gustando esta ciudad he decir que no termino de acostumbrarme al exceso de luz que tan de menos echaré en enero. Ahora mismo anoche a la una y amanece a las tres, y suena a exageración, pero ojalá lo fuera. Eso hace que por mucho que duerma a oscuras, mi cuerpo me pida marcha a las cuatro de la mañana cuando sé que es de día.
Esta falta de oscuridad no termina de ayudarme, y ayer me dormí en el trabajo. Fue una “powernap” más que justificada, y en esa media hora tan agradable encima de mi mesa nadie me molestó. Una vez más los estonios entendieron que si no trabajaba en ese momento era porque no impedía el cumplir mis objetivos. Bendita confianza báltica.
Pretendía salir a patinar otra vez, pero seguía con el sabor de una siesta que parecía eterna. Una lavadora después la idea se había desvanecido y en mi cabeza solo estaba jugar a mi querida Switch. Creo que en mis escasos meses de vida laboral madrileña jamás pude jugar un solo día. Menos mal que eso ha cambiado.
Ayer fue un día de mucho cansancio, menos mal que estos bálticos me ofrecen cafeína y posibles siestas.
Miércoles 15 de junio de 2022
Tallin
Recuerdos con contexto 306
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