No os voy a engañar, esto cogiéndole el gustillo a escribir a primera hora de la mañana. Tal vez pierda cierta inmediatez de la que tanto me gusta, pero logro una reflexión algo más sosegada y tranquila. Puede que esta nueva forma de escribir el recuerdo sea algo de lo que acabaré haciendo costumbre, pero hasta entonces seguiré pidiendo perdón por no escribir la noche anterior.
Escribo estas líneas sentado en una terraza de la calle Müürivahe que da acceso a la ciudad antigua de Tallin. No hace tanto frío, pero si el suficiente como para que suponga un esfuerzo estar en la terraza. Me sorprende la diferencia de temperatura entre la noche de ayer y la mañana de hoy. Aunque es probable que ayudara las cervezas y el picante del indio al que me llevaron a cenar los de mi nuevo equipo de curro.
Tal vez lo que más me ha impresionado es la hospitalidad de los estonios. Creo que aún no entienden que hace un madrileño a orillas del Báltico, y cuando les explico que el destino colchonero me trajo aquí, se ríen y me ofrecen posibles cervezas.
Dejando de lado lo anecdótico de mi llegada a Tallin y breve visita a la oficina, es cuanto menos divertido pensar que mis nuevas oficinas están en el piso nueve de la calle Ravala, y las de EY en el ocho. Quien sabe si habrá alguna Vespa verde aparcada en la puerta.
Normalmente el último párrafo suele ser el más sencillo, saber concluir es de lo poco constante en mi escritura. Puede que el cansancio de los vuelos de ayer no ayude, o tal vez es una forma algo poética y rebuscada de recalcar que en Tallin estoy con billete de ida, y al igual que este recuerdo, aún no hay conclusión.
Miércoles 1 de junio de 2022
Tallin
Recuerdos con contexto 292
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