Ya llevo doscientos días de estos recuerdos con contexto, y siendo sinceros, no sé cómo lo hecho. Que sí, que mola mucho escribir y echar la vista atrás, pero no deja de ser una tarea auto impuesta que corre el riesgo de volverse repetitiva como aquellos HoleSunday que duraron más de dos años.
Es normal, o eso pienso yo, tener días en los que la tentación de cerrar este diario se codea con mi felicidad. Y la razón por la que no lo hago es porque me gusta pensar que todo esfuerzo puede llegar a ser placentero. En este caso espero que sea la publicación de mi cuarto libro. Dedicado únicamente a recoger las vivencias de un un año de mi efímera juventud.
Cuando empecé a escribir mis recuerdos pretendía no olvidarme de las grandes momentos de mi día a día, inmortalizados en muchos casos con fotografías sin contexto ni gloria. Y claro, la memoria flaquea, porque el tiempo relativiza todo, incluso los recuerdos, y lo que antes era un mundo ahora es un café al que ya no pones nombre.
Todo esto lo escribo horas después de haber disfrutado con Casilda de un café y una tertulia que ya es de mis favoritas. En la que tumbados sobre un suelo de crujiente madera con su perra Mamba a nuestra izquierda, hemos hablado de esos pequeños grandes dilemas de la vida como es el vivir con mucho o ser feliz con poco.
Y es que mi querida Casilda ha vuelto de viaje, y aunque ella aún no lo sepa ha vuelto iluminada. Cualquiera acostumbrado a los estímulos madrileños volvería con cierta inspiración después de recorrer la metrópoli londinense. Pero Casilda no es cualquiera, y en el brillo de sus ojos había algo distinto, algo especial. Ha vuelto inspirada, y espero que con ideas suficientes para ayudarme a escribir los ciento sesenta y cinco recuerdos que restan a este primer libro de recuerdos.
Sí, digo primero, porque aunque haya días en los que escribir estas líneas no sea fácil aquí hemos venido a vivir, y como bien sabe Casilda, vivir de cualquier modo no es vivir.
Martes 1 de marzo de 2022
Madrid
Recuerdos con contexto 200
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