Cuando era más joven, por no decir pequeño
un músico maño, me enseñó el fuego,
me dijo, “oye Lazarillo, tú tan cafetero,
prueba esto, dame dos de limón, camarero”
Probé aquella pócima, como si fuera veneno,
con reticencia y asqueado, lo bebí entero,
me sorprendió el sabor, color caramelo,
el agrio y amargo del amor más terco.
Desde aquel día, compagino lo mío,
agua con gas y café, y luego pido
dos vasos de limón y hielo,
a ver si al servir afino.
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