Una de las grandes desventajas del telecurro es que por muy buen café que tengas resulta del todo imposible igualar el ritual de ir a un bar. Hay cierta magia en el entrar, pedir un café solo doble con hielo y sentarse aunque sean cinco minutos a ver la vida pasar.
El café, además de ser una droga, lo considero un espirituoso. Aunque se use esa expresión para hacer referencia a bebidas con un elevado contenido de alcohol, me gusta pensar en la raíz latina spirĭtus, que hace referencia a los conceptos de soplo, aire y espíritu. En mayor o menor medida toda bebida espirituosa aporta un cierto soplo de aire al espíritu, y el café no iba a ser menos.
Es por ello que se me hace especialmente complicado rehuir de los distintos rituales de consumo de café que he ido confeccionado a lo largo de mi vida, y con el telecurro renuncio a ello.
Me he tenido que acercar a ver a Leti, que estaba comiendo con su madre para poder despejarme. Me negaba a volver a la doble pantalla de contratos y excel sin un soplo de aire que me alegrara el espíritu.
Hablando un poco de todo, de la vida y sus curiosidades, una taza de café ha ido a parar a mi pantalón beige claro dejando a su paso una mancha lo suficientemente grande como para ver formas e incluso poder leer el futuro con los posos del café aún caliente sobre la tela.
Menos mal que por la tarde telecurraba, sino, alguno se habría reído de mi en la oficina y otros habrían buscado señales en los posos.
Miércoles 16 de diciembre de 2021
Madrid
Recuerdos sin contexto 124
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