Carlos Pinedo Texidor
122 - Atardeceres de verano.
Es ahora en invierno cuando el frío aprieta y el viento grita cuando uno empieza a acordarse de aquellos atardeceres de verano. Tantas horas pasadas al aire libre huyendo del hogar para buscar cobijo en un lugar alto sobre el que ver al sol volver a morir.
Son muchos los atardeceres que he visto este pasado verano, me atrevería a decir que casi tantos como días. Apenas falté a mi visita a Cabo Blanco o al Monasterio de Cura. Lugares que con cada visita me han ido abriendo las puertas de unos recovecos ajenos para el ojo primerizo.
Como se escucha a menudo, la puesta de sol no es más que un recordatorio de lo frágiles que somos, dependemos de la voluntad de una bola de fuego que en caso de quererlo nos dejaría sumidos en la más absoluta oscuridad. Sin embargo el sol no es quien nace y muere, somos nosotros quienes vamos escondiéndonos cada día. “Eppur si muoeve” que diría Galileo, y razón no le faltaba.
Es invierno, y cada día nos escondemos antes del sol, por eso resulta sencillo añorar los atardeceres del mes en el que más tardamos en rehuir de él. Son momentos que acompañan mi vida con un punto de misticismo, momentos en los que, en especial el verano pasado, soy feliz.
Lunes 13 de diciembre de 2021
Madrid
Recuerdos sin contexto 122