Hoy Mer me ha obligado a coger el día libre. Para celebrar mi cumpleaños me ha preparado una sorpresa que llevo semanas intentando averiguar, sin éxito alguno. He debido de preguntar unas cien veces sobre el contenido del día de hoy, y una vez más, la isleña ha vuelto a sorprenderme.
No muy lejos de casa, entre árboles y la costa báltica, se extiende uno de los zoos más impresionantes que he visto en mi vida. Un remanente de la invasión soviética que poco a poco se viste de capitalismo y progreso. Antiguos minúsculos hábitats de ladrillo y cemento presiden cada avenida acompañadas de historias de abuso animal.
El zoo de Tallin fue una consecuencia inesperada. En los años cincuenta un grupo de estonios volvió de Finlandia con un campeonato mundial de tiro cuyo premio fue un lince, lo que fue el germen del zoo que hay hoy. Durante las siguientes cinco décadas los gobiernos invasores soviéticos añadieron animales sin importar las condiciones. Y desde el comienzo de este siglo, la democracia estonia trata de enmendar los errores de la dictadura comunista.
El recinto es precioso y extenso. Hay una buena variedad de animales y en cada esquina se observa la inyección de capital gubernamental, cuyo objetivo es dar una mejor vida a los casi catorce mil animales que ahí viven.
No sé cuándo volveré al zoo de Tallin, pero lo que sí sé es que una vez más, Tallin me ha vuelto a enseñar que el comunismo sólo trae pobreza, lágrimas y sangre.
Viernes 31 de mayo de 2024
Tallin, Estonia
Recuerdo #1023
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