Soy un gran defensor del domingo ocioso, aquel en el cual uno es capaz de disfrutar del no hacer nada. Bien es verdad que muchas veces ese no hacer nada viene acompañado de una sensación de culpa por el deber que llama a uno, pero claro, cuando no hay responsabilidades, esos días son mágicos.
Esta mañana he facturado la bici a eso de las siete, vuelo mañanero lleno de triatletas de verdad, yo simplemente he malcorrido un medio IronMan. Después de una breve charla con el hombre que transportaría mi bici, éste me ha preguntado que si era del Atleti, algo me habrá visto en la cara, en cuanto le he enseñado mis fotos con la bandera en la meta, ha sonreído y se ha marchado con cierto gesto de alegría (aunque la mascarilla lo tapaba, eso me gusta pensar)
Iberia ha tenido en consideración que no puedo moverme y mi puerta de embarque ha sido la D99, la más alejada de toda la terminal. Por supuesto no había finger y me ha tocado imitar mi llegada a meta de ayer; un amago de paseo con una pierna coja.
El cuerpo me pedía calorías, breve discusión de por medio y Rodrigo me convenció para pedir Massburg, hamburguesa notable y patatas sobresalientes. Me sigue pareciendo mejor Nugu, pero se acerca como competidor. Como podéis imaginar la siesta posterior ha entrado en mi ranking del presente año, me atrevería a decir que compite por el tercer puesto con aquella siesta mediados de agosto después de Deia.
La siesta ha acabado como toda buena siesta acaba, una molesta y cortante inquina sobre algún asunto irrelevante que penetra la puerta de la habitación. Ya despierto juraría haber bebido ayer cientos de cervezas, cabeza ajetreada y cuerpo dolorido.
Mentiría sino dijese que por un momento se me ha olvidado que ayer corrí y pensé que debí beberme hasta los floreros, pero luego he vuelto a la realidad. Pero al final la realidad es la que es, un domingo más de siesta y “resaca”, al menos de otro tipo.
Domingo 17 de octubre de 2021
Madrid
Recuerdos con contexto 065
